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viernes, 1 de mayo de 2015

El latido de mi corazón



Su imagen me aturdía, me hacía temblar, me estremecía cada vez que la veía llegar a mí tan hermosa. Sus labios perfectamente dibujados y pintados con carmín rojo, sus rasgados y verdes ojos acentuados por la máscara de pestañas, su tez fina como la porcelana, sus prominentes y sonrosados pómulos, su pelo castaño y ondulado rozándole los hombros. En verdad era toda una deidad de mujer.

  Sentado, desde mi sillón, inhalaba el aroma que desprendía a juventud, pureza y dignidad. Y ese olor hacía que mi corazón bombease bruscamente, latiese con vigor. Entonces era consciente de que vivía conmigo, de que aquel órgano imprescindible para vivir seguía ocupando su caja torácica a pesar de que yo llevase años poniéndolo en duda.

  Entendía que ella era una mujer inalcanzable, una mujer con la que solo podría soñar, una mujer que jamás perdería un segundo en fijar su vista en mí como hombre dispuesto a satisfacerla; pero me era inevitable fantasear con ella, crear un mundo en el que ella se sintiese atraída por mí, un hombre maduro que buenamente podría ser su padre e incluso su abuelo. Un hombre que peinaba canas desde hacía años, con marcadas arrugas en su semblante y con una virilidad reposada, no tan enérgica como su cuerpo, debido a su joven edad, demandaría. 

  No obstante, en mis sueños no existían todas esas barreras que en la realidad acotaban nuestra posible relación, que suponían una frontera a la que no me estaba permitido cruzar debido a que mi pasaporte había expirado hacía tiempo, seguramente cuando ella tomó su primera comunión. 
  Debía ser realista, le doblaba la edad con creces, lo nuestro era imposible, inviable de todas las formas y maneras, no tenía ni el derecho a permitirme soñar con ella. Ella vestía con veintiocho hermosas primaveras, yo me ataviaba de sesenta y dos fríos inviernos. Ella presidía delante de mi mundo como una persona dulce, afable, entusiasta, soñadora e inocente. Yo encabeza una comitiva en busca de su admiración siendo un viejo cascarrabias curtido en todo, con un físico poco agraciado, con matiz de amargura y aire pesimista debido a los duros varapalos que había soportado a lo largo de mi vida. Tantos, que desde hacía años mi única y leal compañera era la soledad. La vida me había mostrado su peor cara respecto a asuntos sentimentales, apartándome de mi familia, mujer y dos hijos, que habían pasado a ocupar un mejor lugar que el terrenal. No tenía nada en mi vida, únicamente poder, el poder que daba el dinero, el poder que otorgaba ser una persona importante, por lo demás estaba vacío. 

  Por mi alto status social estaba acostumbrado a obtener todo cuanto me apetecía y deseaba, incluidas mujeres, todas las que quisiera. Pero ella no era como las demás, ella no se deslumbraba con los lujos ni con un nombre o apellido capaz de abrir cualquier puerta con el mero hecho de pronunciarlo. No. Ella era una mujer con dignidad, joven pero con principios, de las que únicamente entregaban su corazón por amor, no por una abultada chequera o por una visa oro, de las que no se dejaban conquistar por quién eras, sino por lo que resultabas ser para ella. Mi poder me permitía alcanzar todo lo que quería, todo excepto a ella.

  Quizás por esa integridad tan pasmosa, tan difícil de encontrar hoy en día, tan impensable en el mundo que me rodeaba, estaba enamorado de ella. Quizás por eso la tenía aquí, a mi lado sin ser necesario ni comprensible para nadie, para poder verla y suspirar en silencio, a su lado mientras me impregnaba de su fragancia con ese dulce olor a amor propio incorruptible. Porque quizás el único momento en que me sentía vivo y feliz era cuando llegaba la hora de que ella se sentase en mi despacho, frente a mí, para redactarle una carta. Una cara ficticia que nunca llegaría al destinatario que ella creía, pues todas las direcciones de correo que obraban en su poder llevaban al mismo lugar: mi ordenador.

  Y cuando lo hacían, cuando sus cartas entraban en mi correo, saboreaba cada palabra que estaba escrita porque ellas me llevaban a asociarla con un recuerdo de ese momento. Me trasportaban al conciso instante en que ella estaba escribiéndola, deslizando su mano por la hoja de papel, sus verdes ojos mirándome, sus labios provocándome sin tan siquiera proponérselo al humedecerlos de vez en cuando con su lengua, su fino y estilizado cuello gritándome que perdiera mi boca por él, sus largos y delicados dedos a los que mis manos deseaban acariciar y dirigir, sus magníficas piernas tan estilizadas, preciosas y perfectas, cruzadas en una postura que indicaba claramente prohibición, y su hermosa cara llena de expectación esperando escuchar mis palabras para volver a deslizar su mano por el papel. Me recreaba en el recuerdo de su presencia, me alimentaba de él, vivía de los réditos que sus letras me dejaban hasta el siguiente día en que volvía a tenerla sentada en mi despacho. 

  Y al amanecer, al llegar el nuevo día, volvía a levantarme pensando en ella, pensando que cerca de mediodía entraría como cada mañana desde hacía casi un año a mi despacho y se sentaría frente a mí. Era la única ilusión que llenaba mi vida, la que verdaderamente me hacía levantar cada mañana. 


  Y al fin llegaba el momento. Y entraba. Y nos mirábamos. Y me saludaba marcando una leve sonrisa a la vez que sus ojos también hablaban. Y se sentaba. Y se la dictaba. Y ella escribía. Y yo comprobaba que continuaba teniendo corazón, le sentía, notaba su palpitar en mi pecho, era en el único momento capaz de percibirlo. Bombeaba a doble velocidad y en otros momentos a tiempo acompasado, pero palpitaba, no dejaba de hacerlo. Y palpitaba por ella. Solamente por ella. Ella y su candidez se habían convertido en el oxígeno necesario para mis células. Ella, con su moral de recto orgullo y su endiablada belleza, sin lugar a dudas, se había convertido en el pulso de mi vida, en el latido de mi corazón.


Abril 2015


Relato inédito: Eva Zamora
Fotografía: wikipedia



Contacto: cosasquesiento@gmail.com
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Poemario: Se avecinan noches de tormenta



sábado, 13 de diciembre de 2014

Quince días después




"Las piernas me temblaron un poco al cerrar la puerta. Al girarme, vi a Sofía apoyada en el coche, esperándome. Observé a la gente que transitaba por la calle en ese momento, agarrándome con fuerza a la barandilla para bajar los cuatro escalones que separaban mi casa de la acera. El corazón me latía con fuerza al escuchar el ruido de la ciudad, el rugir de los motores, las voces de los transeúntes.
Llevaba diez meses y trece días sin salir de casa y sentí un poco de miedo al contactar con el mundo otra vez.... "


Eva Zamora


Así de emocionante empieza la novela de Eva Zamora: La esencia de mi vida.
Hoy hace 15 días que hizo la presentación en su tierra, Campo Real con un gran acogida entre todos los presentes.


presentación para Cosas que siento
Eva Zamora para Cosas que siento
Eva Zamora para Cosas que siento


Fotografías : álbum personal



Contacto: cosasquesiento@gmail.com
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lunes, 1 de diciembre de 2014

Desde mi ventana


Madrid para Cosas que siento

Desde mi ventana
la ciudad se ve plomiza
con ruido interminable.

Las torres 
se dibujan a lo lejos
como cuchillos que cortan el cielo.

Un cielo plomizo que terminará llorando.


30/XI/14


Desde la 9º planta del cielo de Madrid.

Fotografía: álbum personal


A Luis y Eva por convertir mis horas en magia.


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