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jueves, 8 de mayo de 2014

De un vasito de yogur


Brotes para Cosas que siento

 De todas las aficiones que tenia, el pequeño huerto que había plantado en diversos cacharros era lo que más la llenaba. 
Los edificios envejecidos y la maraña de antenas que tapaban el horizonte, eran todo el paisaje que podía divisar desde su reducida terraza; y el verde lechuga, sumado al rojo tomate, eran los únicos colores que daban vida al gris del paisaje urbano.
  Poco a poco se fueron sumando más tonalidades a los vasitos de yogur y a las macetas recicladas. Tanto, que comer ensaladas se había vuelto, además de un placer, un orgullo conseguido con paciencia y dedicación.
  De un tiempo a esta parte, había notado que venían pajarillos a picar sus lechugas, y resolvió dar vida a Bautista. Lo vistió con camiseta, pantalón y sombrero, pintándole una enorme sonrisa que expresaba mofa o felicidad dependiendo del momento en que se mirara. Cumplió su cometido a la perfección, ningún ave que se preciara, osaba volar cerca de sus dominios. Incluso llegó a ser un experto hortelano, atreviéndose a valorar sobre qué semillas eran las mejores y en qué momento había que plantarlas. En ese punto tuvieron varias discusiones, y las ensaladas, en consecuencia, no sabían igual.
Después de eso, su sonrisa socarrona había tomado un matiz perverso, o eso le pareció.
Y algunas noches su silueta esperpéntica la despertaba aterrorizada, cuando el viento soplaba fuerte y movía su camiseta hueca, llenándola y vaciándola, como si respirara tan fuerte que bailara al movimiento de los pulmones.
  La decisión le costó, pues él también había nacido de sus manos y de su huerto. Lo fue desvistiendo hasta dejarlo desnudo en dos palos atados en forma de cruz y una cara de trapo. Aún viéndose despojado de sus ropas y cercano a la muerte, su sonrisa indicaba desafío, hasta que desapareció en el fondo de una bolsa de basura.
  Después de aquel incidente, las ensaladas retomaron el frescor que solo pueden tener las hortalizas recién recolectadas, aunque lechugas, tomates, escarolas y achicorias tuviera que compartirlas con algunos gorriones, que a cambio, también aportaban vida al gris del paisaje urbano.

Relato: Abril Alanda
Blog: Entre azul y azabache
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Fotografía: Wikipedia

Gracias especiales 


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