El temporal había pasado y las olas volvían a acariciar la orilla. La espuma se metía entre los dedos de sus pies y le hacía cosquillas, como cuando Ingrid se los besaba para despertarle entre sonrisas. Era una de las cosas que más le gustaban de ella, la forma en que le besaba los pies.
Respiró hondo y siguió caminando por la playa mientras pensaba en su vida itinerante a bordo de su particular Pequod, en busca de un destino que le había llevado a aquella isla y le había permitido conocerla a ella, la mujer con la que quería pasar los últimos años de su vida.
Estuvo a punto de pisarla, pero retiró el pie a tiempo. La botella estaba medio enterrada en la arena, como una ballena a la que se le hubiera terminado la literatura y las ganas de vivir. Tenía un brillo especial. Pensó moverla con el pie, pero decidió agacharse y mirar en su interior. Tal vez escondiera un mensaje, se dijo, como en las historias románticas que había vivido a lo largo de su vida en brazos de mujeres maduras que le enseñaron todo lo que sabía. Ahora su vida había dado un vuelco. Ingrid tenía cuarenta años menos que él y la gente los miraba con extrañeza. Esa historia no podía durar, decían algunos, era imposible. Seguro que ella le sería infiel en cuanto apareciera alguien de su edad, comentaban otros, para añadir que la vida poseía una lógica determinada y nadie podía romperla, ni siquiera un aventurero como él. Les separaba más que una vida de experiencias, se escuchaba también en aquella ciudad donde no ocurrían demasiadas cosas de interés, y pronto chocarían hasta hacerse daño. Ellos reían, y se pasaban el tiempo haciendo el amor, hablando y caminando por la playa donde él acababa de encontrar una botella que brillaba de forma especial.
Movió la botella varias veces y consiguió sacar un pequeño estuche de su interior que, en efecto, contenía un mensaje.
Era de Ingrid.
Autor: Justo Sotelo
Blog: El Blog de Justo Sotelo
Cuento publicado en DiarioProgresista el 24 de enero de 2014.